Un año y una semana después del ascenso a la eternidad de Arsenio Iglesias, su Deportivo ha vuelto a ascender a Segunda. La multitud que el 5 de mayo de 2023 lamentó la pérdida de su hombre de leyenda en A Coruña el 12 de mayo de 2024, volvió a llorar su alegría incontenible por haber puesto fin a un calvario de cuatro temporadas fuera del fútbol profesional. Riazor volvió a ser un hervidero de sensaciones, reflejadas en el autor del gol decisivo. Como si todos los símbolos se hubieran alineado para la celebración, el honor recayó en Lucas Pérez, ese chaval del barrio que ha demostrado que aún se puede ser futbolista sin necesidad de ser mercenario: pagó medio millón de euros de su bolsillo para dejar Primera División y bajar dos categorías más para ayudar al club de su vida.
En el Dépor casi todo pasa en mayo. Era el 14 de aquel mes de 1994 -este martes se cumplen 30 años- cuando la Liga vivió en Riazor el desenlace más cruel jamás visto: un equipo humilde, sin ningún título en su carrera, perdió el campeonato que tenía a su alcance al fallar un Penalti en el último minuto. La mitología del fútbol asigna a ciertos clubes la etiqueta de víctimas y en eso pocos pueden igualar al Depor. Entre los años setenta y ochenta estuvo casi dos décadas sin jugar en Primera División. En 2018 perdió la máxima categoría tras haber conseguido una cantidad de puntos con los que nunca nadie ha descendido. Al año siguiente el regreso a Primera División se le escapó en el último partido. Al siguiente cayó al foso de la tercera categoría sin poder disputar el duelo decisivo por culpa de la pandemia. Las dos temporadas anteriores volvieron a perder el ascenso en los instantes finales, en una ocasión en el último partido, en su propio estadio y cuando un empate les bastó.
Y a pesar de todo, el espíritu deportivo no ha flaqueado. El objetivo del fútbol -es banal decirlo- es ganar, y en la memoria de los clubes están inscritas ante todo sus hazañas, en el caso del Dépor, su Liga, sus dos Copas y sus fabulosas campañas en Europa. Las victorias se magnifican en sí mismas. El verdadero desafío radica en transformar las derrotas en un acto de grandeza. La deportividad lleva años prodigando lecciones al respecto. Lo hizo hace tres décadas, cuando convirtió a Djukic, el malogrado lanzador de penales, en un héroe. Y lo ha vuelto a hacer ahora, cuando el club ha estado flotando en el abismo.
Desde hace cuatro temporadas, domingo tras domingo, decenas de miles de aficionados al deporte acompañan a su equipo, afrontando reveses y fracasos inconcebibles en momentos cruciales. Riazor ha apoyado a su equipo ante Tarazona o Arenteiro con el mismo sentimiento y la misma entrega que cuando se enfrentaron a Madrid, Bayern o Juventus. Las abrumadoras imágenes del domingo, con más de 33.000 espectadores en el estadio -récord en la categoría- y miles más en la calle forman ya parte de la historia del club, así como de las mayores hazañas en los tiempos de la élite. Porque nadie saborea mejor el sabor de la victoria que quien antes ha conocido el sabor del sufrimiento. Ya lo decía el sabio Arsenio: “El mundo no se rige únicamente por los sentimientos de los ganadores natos”.
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