Cuando la euforia del sorprendente 23 de junio de 2023 parecía diluida, después de diez meses en los que hubo más decepciones que alegrías, Pedro Sánchez se ha vuelto a dar un chapuzón de felicidad en las urnas. El líder socialista ha cerrado la boca a todos aquellos que, empeñados en caricaturizar a Cataluña como una copia de Corea del Norte con barretinas, seguían negando las evidencias evidentes de que el aventurerismo del procesos estaba llegando a su fin. El veredicto de las encuestas no permite discusión: la política conciliadora de Sánchez -primero diálogo, luego indultos y finalmente amnistía- ha desinflado al independentismo. Ese es su gran triunfo. Lo que ya no está tan claro es cómo influirá en la delicada estabilidad de su gobierno.
Pío Cabanillas, ministro de aquella UCD en la que todos conspiraban contra todos, dejó una célebre colección de frases mordaces, entre ellas una pronunciada una noche electoral: “Ganamos, pero todavía no sabemos quién”. Aquí la identidad del ganador es evidente. Lo que no se sabe es cuáles serán las consecuencias. Sánchez bien podría parafrasear a Cabanillas y decir: “Ganamos, pero todavía no sabemos a qué precio”.
En los últimos años, los asociados de Sánchez se han quejado a menudo de que el Gobierno utilizó el miedo a la alternativa como principal argumento para mantener unida a la mayoría. Lo cierto es que ese miedo al españolismo radicalizado con una alianza PP-Vox ha funcionado como el mejor pegamento cuando los engranajes del bloque en torno al PSOE crujían más de la cuenta. Y eso en sí mismo sirve como argumento tranquilizador para que el Gobierno se convenza de que Junts y ERC no pueden permitirse el lujo de derrocar a Sánchez sin incomodar a una parte importante de su electorado, como revelan las encuestas.
Que la mayoría se rompa parece improbable, tan improbable como que todo pueda seguir exactamente igual que hasta ahora. ERC, que, tras muchas vacilaciones iniciales, acabó convirtiéndose en un aliado fiable para Sánchez, ha sufrido un tremendo revés. La lectura más primaria es que ha sido castigada por sus políticas en Madrid, como ya pareció revelar el 23-J. Seguir haciendo lo mismo cuando se ha descubierto un mal negocio parece ciertamente problemático.
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El comportamiento de Junts siempre ha sido más impredecible. Sus modestos avances podrían interpretarse como un premio a la vuelta a la realidad tras el 23-J, aunque también un respaldo a una posición frente al PSOE que presume de dureza y que ha descalificado sin descanso a ERC por sumiso. Fuera del poder en Cataluña, el posible incentivo de un retorno a la estrategia pujolista de utilizar la posición arbitral en Madrid para obtener ventajas materiales que luego sean capitalizadas por la Generalitat se ve muy atenuado.
Entre tanta incertidumbre, una certeza: el día 30 el Congreso aprobará la amnistía. Y, tras lo ocurrido este domingo, Sánchez tendrá más argumentos que nunca para defenderla.
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