“Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”, explica Max Estrella, el viejo poeta modernista protagonista de luces bohemias (1920), primera obra que Ramón María del Valle-Inclán calificó de grotesca. Hoy, más de un siglo después, este concepto estético creado por el gran escritor para analizar con distancia crítica y sátira la sociedad española de la Restauración borbónica se ha convertido en moneda corriente en la vida cotidiana y, además, ha dado lugar a una fascinante exposición en el Museo Reina Sofía: Grotesco. Arte popular y revolución estéticaque podrá verse hasta el 10 de marzo.
Cuerpos deformes, máscaras, afiladas revistas satíricas que hoy sería difícil dibujar, títeres y retablos, carnavales y toros, pueblan una exposición en la que la alta cultura y la popular son indisolubles y que reúne obras en torno a la figura y la obra de Valle-Inclán de Gutiérrez Solana, Boccioni, María Blanchard, Orozco, George Grosz, André Masson, Eugenio Lucas Velázquez, Laxeiro o Fillol Granell. Una exposición que finaliza, no por casualidad, con un gran óleo procedente del Museo Nacional de Arte de Cataluña: Muertes en la plaza de toros de Badajozde Martí-Bas, que representa la masacre de miles de republicanos perpetrada en el ámbito extremeño en 1936.
En el comienzo de un siglo en el que las vanguardias artísticas europeas deformaron la retícula de la realidad en sus obras, ya sean cubismo, expresionismo, surrealismo o futurismo, entra el grotesco de Valle-Inclán, que coloca frente a él un espejo cóncavo tragicómico. la miserable realidad de España en su época de reyes y espadas, de jefes y guerras, generando un humor que degrada una tragedia cuyos protagonistas no son precisamente grandes héroes.
«Valle-Inclán es capaz de sacudir al mismo tiempo el pasado y la situación histórica de su tiempo»
“Cuando se estaba gestando el experimento, había otros movimientos europeos que también ensayaban técnicas asociadas a lo grotesco, el distanciamiento, el extrañamiento, la animalización o la deformación. La diferencia es la forma en que lo grotesco logra entrelazar la estética, la experiencia de la vida cotidiana y los problemas históricos», afirma Teresa Velázquez, una de las comisarias de la exposición y responsable de exposiciones del museo, quien recuerda que en sus obras Valle -Inclán es capaz de “sacudir simultáneamente el pasado y la situación histórica de su tiempo”, como cuando ambienta la serie de novelas inacabadas El escenario ibérico en los años finales de Isabel II, antes de la Primera República, justo cuando España avanzaba hacia la Segunda, reflejo de los problemas estructurales del país.
“La analogía histórica es quizás la piedra angular de la crítica de Valle, una crítica que se dirige a las insistentes dinámicas de poder que subsisten en el tiempo”, subraya Velázquez, y destaca que con esta exposición “lo que se pretende es que el visitante pueda hacer las correspondencias entre un siglo y otro, en este caso no entre el XIX y el XX, sino entre el XX y el XXI”.
“Queríamos liberar lo grotesco de su lectura grotesca”
Para Germán Labrador, parte del nutrido equipo de comisarios, “hemos desnacionalizado la noción de lo grotesco de la caja en la que solía ubicarse, como una especie de curiosidad de la literatura o del teatro español, formando parte de una colección de curiosidades extrañas. y fines de una modernidad problemática, fragmentaria, peculiar. Un palco tradicional donde se había plasmado lo grotesco, también en el contexto de la represión del franquismo y toda una tremenda tradición carpetavovetónica. Ahora lo hemos sacudido a fondo, hemos querido liberar lo grotesco de su lectura grotesca, abriendo las posibilidades de lectura de un término que pensamos trabaja con una profunda categoría crítica, estética y política al mismo nivel que cualquier otro término central en el arte. . de la vanguardia de los años veinte o treinta”.
Y lo han liberado de la lectura tradicional, indica, a través de su genealogía, «una genealogía crítica, estética, visual de la noción misma de lo grotesco, que no es la ocurrencia de un personaje estrambótico y brillante, como podría Valle-Inclán». ser, sino el resultado de una serie de cruces, diálogos, estudios, lecturas, de quien fue, entre muchas otras cosas, el primer profesor español de estética, y por tanto alguien que tuvo un pensamiento muy profundo sobre cómo representar, cómo trabajar. desde lo sensible de lo real”.
“En contraste con la consideración de lo grotesco como una especie de mirada cruel y elitista, en el proyecto grotesco reside una profunda empatía y compasión”
Una exploración que comienza con revistas satíricas y caricaturas políticas de la época, en las que los humanos eran frecuentemente convertidos en animales o muñecos y en las que el mundo borbónico se desorganiza, pero también parte de un momento en el que se ve una nueva manera de ver la realidad. se creó con dispositivos ópticos como la linterna mágica o el fantoscopio, que incorporaban caricatura, distorsión e incluso magia en una época en la que estaban de moda el espiritismo, el ocultismo y las sustancias psicotrópicas. El propio Valle-Inclán captaría la distorsión que producen las drogas en La pipa de Kif (1918). Y también será importante por su visión distanciada de la realidad, señalan, el vuelo en un avión de combate que realiza como corresponsal de guerra de el imparcial en los frentes de la Primera Guerra Mundial: hablará de “visión alta o estelar”.
Labrador insiste sobre todo en el deseo de Valle-Inclán de explorar “el poder revolucionario del arte popular en un contexto histórico de grandes transformaciones” y cree que “ante la lectura costumbrista de lo grotesco como forma de reírse de una realidad que es profundamente dramático y que al final somos incapaces de cambiar, ante la consideración de lo grotesco como una especie de mirada cruel y elitista, pensamos que en el proyecto grotesco reside una profunda empatía, una necesidad de compasión y una voluntad. encontrar al otro». Una forma, dice, de «invertir la lógica de representación y dominación de la cultura española en las décadas de 1920 y 1930, implica un compromiso con la esperanza y la emancipación».