Comenzar un artículo con una avalancha de datos es peligroso porque puede aburrir y hasta asustar al lector a las primeras de cambio. Nada más lejos de mi intención. En este caso son necesarios unos pocos para ponerles en situación. Empecemos por nuestra salud. La obesidad afecta ya a mil millones de personas en todo el mundo y se ceba en niños y adolescentes, según el último estudio publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esto significa que una de cada ocho personas pesan más de lo que sería recomendable. En España la situación no es mejor. Más bien lo contrario: más de la mitad de los adultos y un tercio de los niños tienen exceso de peso.
Por otro lado está el planeta, que sufre desde hace casi dos siglos un progresivo aumento de las temperaturas por nuestra culpa. Emitimos demasiados gases que convierten la atmósfera en una especie de invernadero del que no puede escapar el calor sobrante. Esto hace que cada una de las cuatro últimas décadas haya sido más calurosa que cualquier otra desde 1850, que el año pasado fuera el más caluroso desde que se tienen registros y que se prevea que este en el que nos encontramos lo supere. Sus efectos son bien conocidos: sequías intensas, escasez de agua, incendios graves, aumento del nivel del mar, inundaciones, tormentas catastróficas…
¿Es la dieta mediterránea la más respetuosa con el planeta?
¿Sería posible conjugar el cuidado de nuestra salud y al mismo tiempo ayudar a que el planeta no siga acumulando calor? Lo cierto es que sí. La clave es unir una dieta saludable que nos ayude a rebajar nuestro peso –y con él, todos los problemas asociados al llamado síndrome metabólico: hipertensión, colesterol alto, diabetes…– y que a su vez sea respetuoso con el medio ambiente. Ni siquiera tenemos que sacar la calculadora para hacer las cuentas –que ya van unos cuantos números–. De eso se ha encargado ya Gumersindo Feijoo Costa, catedrático de Ingeniería Química de la Universidad de Santiago de Compostela. «Una dieta tradicional equilibrada es buena para la salud y para el planeta», asegura.
Este experto ha analizado algunas de las pautas dietéticas más conocidas para elaborar un ránking que mezcla su aporte a nuestra salud con un impacto medioambiental lo más reducido posible. Son las siguientes: la mediterránea, la atlántica, la paleo, la vegetariana, la vegana, la nórdica y la andina. En el primero, se evalúan los aportes nutricionales teniendo en cuenta una docena de nutrientes, nueve positivos –proteínas, fibra, calcio, hierro, magnesio, potasio, vitamina A, vitamina C, vitamina E– y tres negativos –sodio, grasas saturadas y azúcares totales–. En el segundo, la huella de carbono, que es la cantidad de emisiones de dióxido de carbono que un producto genera, incluidas las personas.
Los resultados indican que las mejores dietas son la mediterránea y la atlántica. Ambas emiten entre 3 y 3,5 kilos de dióxido de carbono por persona y día y entre sus características nutricionales destacan por su variedad y por emplear productos locales.
La paleo, una «invención terrible»
LAS DIETAS UN EXAMEN
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Mediterránea
La más extendida en nuestro país. Apuesta por las verduras, legumbres, frutas, cereales, pescado y aceite de oliva. -
Atlántico
Similar a la Mediterránea, incorpora leche, derivados lácteos y carne de cerdo. En España es propia de la cornisa cantábrica. -
vegetariana
Rechaza la carne pero admite el consumo de lácteos y huevos. -
vegano
Al contrario que la anterior, solo permite productos vegetales. -
Andino
Con productos de Perú como la quinua o la chirimoya, es nutricionalmente muy rica. -
Nórdica
Hace hincapié en los productos propios del norte de Europa, especialmente en la carne, lo que eleva su huella de carbono. -
Paleo
En teoría es lo que comían nuestros antes de la agricultura. Tiene los índices nutricionales más bajos.
La mediterránea, la propia de nuestro país, Italia y Grecia, apuesta por las verduras, las legumbres, las frutas, las hortalizas, los cereales, el pescado y el aceite de oliva. La atlántica, propia de Inglaterra, Irlanda, Francia, el País Vasco, Galicia y el norte de Portugal, incluye, además de buena parte de los citados antes, la leche, los derivados industriales y la carne de cerdo, entre otros alimentos. «Ambas nos cuidan. La prueba es que con los japoneses somos los que tenemos una esperanza de vida más larga. Y una variable que influye es la nutrición», insiste Feijoo.
Les siguen en la clasificación, con menos de 4 kilos de dióxido de carbono, la dieta vegana, que solo permite productos vegetales, y la vegetariana, que queda ligeramente por detrás al admitir lácteos y huevo, lo que eleva su huella de carbono. La andina, con productos del Perú –quinua, chirimoya, mariscos y pescados utilizados en su famoso ceviche–, también presenta un equilibrio destacable. «Es una opción muy buena, pero en nuestro caso, habría que traer la quinua desde allí y eso implica una mayor huella de carbono».
A la cola por su excesivo consumo de carne quedan la nórdica –más de 4 kilos de CO2–, caracterizada por el peso que tienen los alimentos propios del norte de Europa, y la paleo, que supuestamente consumían lo que nuestros antepasados comían antes del desarrollo. de la agricultura. Supera los 5 kilos de CO2 «Es una invención terrible. Es una de esas dietas que ponen de moda los actores de Hollywood», subraya.