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Terribles fascistones, ladrones rojos y el Caudillo Salvador: la literatura infantil y juvenil como arma en la Guerra Civil Española | Cultura

Terribles fascistones, ladrones rojos y el Caudillo Salvador: la literatura infantil y juvenil como arma en la Guerra Civil Española |  Cultura

Qué epopeya ha vivido Juanillo. Y qué héroe está hecho. Él solo derrotó una ofensiva enemiga. Ha arriesgado su vida para capturar una bandera. Incluso ha sido capaz de manejar un tanque ruso. Pero nada tan extraordinario como la visita que recibe cuando, para recuperarse de sus heridas, descansa en un hospital. “De repente surge una idea en su cerebro… ¿Será (…) el gran Líder que lleve a las tropas a la victoria?” aventuras de juanilloque Carmen Martel concibió en plena guerra, pero publicó en 1941. Quién sabe cuántos niños se contagiaron de aquella emoción y vieron…

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Qué epopeya ha vivido Juanillo. Y qué héroe está hecho. Él solo derrotó una ofensiva enemiga. Ha arriesgado su vida para capturar una bandera. Incluso ha sido capaz de manejar un tanque ruso. Pero nada tan extraordinario como la visita que recibe cuando, para recuperarse de sus heridas, descansa en un hospital. “De repente surge una idea en su cerebro… ¿Será (…) el gran Líder que lleve a las tropas a la victoria?” aventuras de juanillo, que Carmen Martel concibió en plena guerra, pero publicó en 1941. Quién sabe cuántos niños se contagiaron de esa emoción y valentía. Por eso, después de todo, se escribió esa historia. Y, en general, la mayoría de ellos fueron publicados en ese momento, según una investigación. La literatura infantil y juvenil en la Guerra Civil, por el profesor Jaime García Padrino (Renacimiento). En un país que se tiraba balas y bombas unos a otros, sostiene que las fábulas también entraron en combate.

Buenos duques que disparan caramelos a sus vecinos, frente a dictadores implacables. Rojos deseosos de “ametrallar a sacerdotes, mujeres y ancianos”. Agentes de policía tan crueles que incluso arrestaron a Moon, sospechoso de complicidad con el pueblo. “La literatura para los más pequeños se utilizó como arma, en un enfrentamiento ideológico entre dos maneras de ver el mundo”, afirma García Padrino. “Se convirtió en un elemento manipulador más en manos de ambos bandos. (…) La justificación literaria quedó relegada a un mero vehículo de contenidos instructivos”, se lee en el libro.

La conclusión se basa en cuatro décadas de estudio. Y así se resume ahora en 260 páginas, el cierre de una trilogía con la que el profesor ha analizado el libro infantil y juvenil desde 1875 hasta 2015. Ya se han publicado las entregas más antiguas y las más recientes. Quizás faltaba lo más complejo, el anillo de conjunción, los años que dividieron España en dos. Aunque García Padrino comenta que los diferentes índices de publicación son cosa suya, no rechazos políticos de algún sello.

Página de 1937 de la revista infantil ‘Pionero rojo’, recogida en el libro de García Padrino publicado por Renacimiento.

Otra premisa también queda clara de inmediato: “Mi propósito siempre ha sido la más total objetividad. «Me baso en libros, revistas, documentos». En la reescritura republicana de una Cenicienta que decide no casarse con “ningún príncipe ni ninguna persona de clase privilegiada”; en el patito feo que se convierte en cisne “dedicado a la educación del pueblo”; o, por el contrario, en Miguelillo, protagonista de El tesoro de Texihualpa, de Emilia Cotarelo, dedicada a la conquista, a Dios y a la piedad; o en La historia de El Caudillo, el salvador de Españacuyo título sugiere el contenido de sus páginas: “Franco no sólo fue el jefe de insuperable coraje personal, que despreció el riesgo y nunca perdió la serenidad, sino que también fue el padre amoroso de sus soldados”.

El enfoque de García Padrino evita valoraciones políticas o éticas y se centra en la recopilación de hechos. Cita los proclamas que incluían otra obra de nombre emblemático, Un héroe de diez años o ¡Arriba España! por Manuel Barberán Castillo: “Los anarquistas querían destruirlo todo. Los comunistas querían robarlo todo y todos los marxistas querían apoderarse de lo que no era suyo. Sólo pensaban en vivir como bestias. «Siempre estaban borrachos y cometían todo tipo de excesos que los niños imitaban». Y, por otro lado, recupera el descubrimiento del Pinocho español en La guerra de las muñecas, de Magda Donato y Salvador Bartolozzi: “Las muñecas ‘caras’ vivían en lindas casitas (…) las ‘baratas’ vivían mal en decenas de cajones. (…) Lamento decepcionarlos, pero los caros (…) no sólo no los consolaron ni se compadecieron, sino que los odiaron y despreciaron… ¡por pobres y desgraciados! Qué cosas más raras pasan entre muñecos, ¿no?

‘La protectora del convento’, otro de los cuentos recogidos en el libro de García Padrino publicado por Renacimiento.

Basándose en ejemplos, el profesor lamenta, por cierto, que la guerra interrumpiera los años 30, que habían mostrado una gran creatividad en los libros infantiles. Del talento y la genialidad considera que pasó a la propaganda. Algunos contra “los rojos malos”. Otros para atacar a los “terribles fascistas”. En las antípodas del pensamiento y en las trincheras. Pero unidos por un similar deseo de proselitismo. Y por la importancia que le daban a conquistar las mentes más indefensas.

“Ya no quedan ogros, ni princesas casi encadenadas que liberar. Pero hay otros monstruos feroces como el explotador sin conciencia, el jefe, el tirano, que han esclavizado mediante la violencia a los seres más puros y nobles de la sociedad. Y había que advertir a los niños contra esos monstruos”, explica el libro en palabras de Ramón Puyol, pintor y director artístico de la organización Altavoz del Frente. Así como los nacionales resaltaron la “conveniencia de dar atención preferencial a los más pequeños y la necesidad de sembrar en sus almas, y con justa medida, la idea de Patria, de amor al Líder, de obediencia, de disciplina, de admiración.»

Por tanto, los autores se encontraron en una encrucijada. García Padrino cree que muchos ponen sus historias al servicio de su fe política. “Pocos informaron lo que estaba pasando y otros lo dejaron pasar. Durante la guerra se produjo un evidente empobrecimiento de las publicaciones infantiles”, añade. Y, como excepción, destaca la calidad de Err Asan (Josep Serra Masana), que insistió en permanecer fiel sobre todo a la literatura en obras como Los ocho pretendientes cualquiera La casa de las siete doncellas.

Un niño observa un cartel que aconseja a la población evacuar la ciudad para evitar bombardeos nacionales, en Madrid, el 20 de enero de 1937.
EFE

Al contrario, el libro abunda en ejemplos más dudosos. García Padrino destaca cosas obvias, imágenes poéticas forzadas o crudos intentos de persuasión. En Flechín y Pelayín en la cueva de los bandoleros, con textos de J. Aguilar de Serra, decía: “Los rojos levantaron el puño con odio. «Los blancos extendieron sus manos con amor». En el frente opuesto, muchas páginas del libro están dedicadas a Antoniorrobles, “un clásico y gran innovador de la literatura infantil española que, en tiempos de la guerra, se puso del lado republicano”, según García Padrino. A través de las aventuras de Sidrín o Botón Rompetacones, el escritor transmitía mensajes claros: “Perfumito tenía una costumbre muy fea; pintar con carboncillo o tiza (…) la esvástica: esa cruz o signo antipático, que parece los brazos y las piernas de una bailarina loca y estúpida”. O la descripción, en Don Nubarrón en los albergues, del personaje homónimo: “Era un hombre gordo, bigotudo, que comía buenas chuletas, fumaba buenos puros y usaba bastón de pelota. Era un fascista terrible, lo que quería era que la clase trabajadora siguiera trabajando siempre para los ricos”.

Entre un bando y otro, García Padrino reconoce el esfuerzo de Elena Fortún por denunciar los horrores, las desigualdades y el sufrimiento injusto de la infancia. En Los dos hermanos, “Todo cambió tanto que a los pocos días (Juanín y Carmelina) no tenían padre, ni madre, ni casa, ni chacha, ni siquiera un gato”.

Una mujer da de comer a sus cuatro hijos en un banco de la calle, el 30 de marzo de 1939, en Madrid.EFE

Y en La ciudad de las estrellasIconos de fábulas interrogan a un niño recién llegado a la ciudad procedente del campo con historias de miedo.

«Sabrás qué ha sido de mi abuela», insistió Caperucita Roja.

― (…) Cuando empezó la guerra le quemaron la casa y se fue por los caminos con otras ancianas que también se iban.

– ¿Y nuestros padres? ―preguntó Pulgarcita.

― Insistieron en que querían comer todos los días y se enojaron mucho. Luego, para silenciarlos, los mataron con una bomba.

«Qué horrible», gritó Caperucita Roja, «esa historia es horrible, mucho peor que la del lobo».

Al menos en eso todos pueden estar de acuerdo.

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